martes. 29.04.2025

Teoría y Praxis del Pesimismo

Se acuerda usted de ese famoso vaso que no se sabe si está medio lleno o medio vacío? Pues coja el vaso, sáquelo a la terraza, téngalo ahí fuera un año y trate de mantenerlo en ese estado. Exactamente en ese estado. No se puede caer y no puede faltarle o sobrarle agua. Piénselo bien: tendría que preocuparse de mirarlo cada mañana, debería estar atento a la meteorología, sufriría si tiene una mascota y no se podría ir de viaje. A menos, claro, que estuviera dispuesto a hacer el ridículo de pedirle a la vecina que le vigile un vaso. Ni se imagina el trabajo que le daría el vaso.

Pues bien, eso es el pesimismo. La constatación de que el mundo nos es contrario, hostil y duro. La afirmación de que el mundo es muy celoso de sus cosas, que solo cede previo pago de mucho esfuerzo. El pesimismo filosófico no dice que todo vaya a salir mal, sino que el mundo es el mal; que, si no se hace nada para evitarlo, el vaso se caerá. El pesimismo, en definitiva, nos advierte de que, de manera natural, es mucho más difícil que algo salga bien a que salga mal. Y todo por un vasito de agua. Qué cosas, ¿verdad?

Pero, y aunque no lo parezca, el pesimismo no significa ser un amargado o hacer profesión de sombrío. Un pesimista puede ser, que diría Cela, un “cachondo de Ronda”. La actitud pesimista tiene más que ver con la realidad que con la subjetividad de cada cual. Y es que la nómina de pesimistas entre las grandes mentes de la historia es muy notable. Ahí lo dejo. Y ya me sabe mal decirlo, pero el optimismo, creo yo, es proporcional a la candidez, que es pariente de la ignorancia. Es probable que el único valor que tenga el pesimismo sea el de actuar como contrapartida del optimismo más bobo.

Yo no ejerzo de vidente, pero me parece claro que, dadas las circunstancias, el futuro es de los pesimistas. Y es que el pesimismo es un estupendo acicate para la acción en tiempos difíciles. Porque nada se puede hacer que sea de provecho si no se parte de la realidad, del análisis claro y veraz. Y el que esté envuelto por una realidad adversa y no lo tengo en cuenta, le espera el fracaso por mal cálculo. El pesimismo, en suma, entiende que la realidad no nos debe nada. Aunque también es cierto que el pesimismo tiene un primo muy desagradable que es el nihilismo y que mejor ni hablar de él.

El futuro, ya digo, es de los pesimistas y concretamente de los pesimistas jóvenes. Más que nada porque a una persona que ya ha toreado y que se retira a su esquinita poco más se le puede pedir. Pero bueno, Eppaña ¿Qué hacemos los jóvenes con Eppaña? En primer lugar, analizar muy bien la realidad y percatarnos de todo lo que nos envuelve. Dícese de “saber cómo está el patio”. Si algo no necesitamos son tontos motivados. Nada más funcional para nuestros tiempos que una actitud pesimista. Aunque sea por una temporada.

Y el patio, para nosotros, está tal que así: España es un país con una tasa de paro juvenil que hiela la sangre, con una personalidad política nula (somos una sucursal de la Unión Europea), con una estructura económica débil, con amenazas existenciales crónicas (el separatismo) y con una altura de la clase política más bien baja. Las naciones, igual que nacen, mueren. Y la muerte de una nación es íntegramente imputable a sus miembros. Bien por omisión o bien por negligencia. A partir de aquí, el futuro es nuestro. Y hasta aquí puedo leer. Y esto opino. He dicho.

Teoría y Praxis del Pesimismo